miércoles, 5 de diciembre de 2012

Helicópteros sobrevolaban la zona. De repente, un escalofrío la recorrió la espalda. Tuvo un horrible presentimiento. Empezó a marcar su número cuando ya era demasiado tarde.
"¿Es usted la señora Berger? Lo siento, señora, yo..." Su vista se nubló, estaba perdiendo el conocimiento.
Cuando despertó, no estaba en el mismo lugar en el que había cerrado los ojos. Todo le resultaba extraño, no conocía
a nadie de su alrededor, y aun no entendía a qué venía todo aquello.
"Señora Berger, le ruego que me disculpe, pero debo hacer mi trabajo antes de que, por el shock, pierda más información en su cerebro. Me temo que tendré que hacerle algunas preguntas"
Era todo tan increíble... Lo último que recordaba era haber salido de casa a hacer la compra; su nevera estaba vacía. Pero entonces, al salir del ascensor, se había encontrado con aquel extraño, que aparentaba ser bastante más joven de lo que sus andrajosos ropajes dejaban entrever.
"Buenas tardes" Había dicho ella
"No sabe cuánto se equivoca..." Claro que le resultó extraño, pero tan cerca del sanatorio municipal como se encontraba su apartamento, ¿cómo iba a sospechar que fuese algo más que un síndrome de diógenes mal llevado? Quizá un majadero sin hogar que iba a pedir piso por piso.
Todo fue muy rápido cuando oyó la primera sirena, y desde luego lo fué aun más cuando llegó a ver el cuerpo. De repente recordó la cara demacrada de aquel chaval que seguro no superaba la treintena como un flashazo en su mente. ¿Era él? Imposible... Hacía años que se había marchado. ¿Por qué iba a volver ahora? ¿Por qué, si había vuelto, no la había parado? Ella seguía igual, ¿acaso no la había reconocido?.
Cuando se acercó al cuerpo, destartalado en la carretera, reconoció en seguida los ropajes del hombre del ascensor; se había fijado bien. Y entre ellos, vió el detalle fulminante: un pañuelo. Un pañuelo rojo con una inicial grabada... "A"

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