Era 15 de Febrero, aun lo recuerdo. Y cómo olvidarlo.
Después de siete años sin verle ni hablar con él, tomé una de las decisiones más importantes y duras de mi vida: reconciliarme con la persona que había destruido mi familia, que había destruido la vida de las dos personas a las que más quiero en este mundo, y había permitido que yo careciese completamente de la figura que tenía que haber ocupado él.
Y, lejos de éso, quería
escuchar. Quise saber qué había ocurrido. Quise volver a la parte de mi
vida de la que huí en un tren sin billete de regreso.
Le recuerdo. Claro que recuerdo los momentos que pasé con él. Los buenos y los malos, y con él vi por primera vez ejemplificado, en qué clase de monstruo se puede llegar a convertir una persona cuando quiere defenderse-atacar.
Recuerdo que allí, con él, empezó todo. La cocina. Y por ende, como final de historia, cabe recordar como punto destacado, achinchetado y con pegamento en mi corchera, aquel día sentado en la cocina. El día que descubrí cual era mi vocación real. Lo único que me hacía despegar de aquel infierno. Lo único que permitía que, aun atada allí, pudiese estar volando lejos... Es que aun puedo verle. Y aun puedo verme a mi cortando aquella cebolla...
Le recuerdo. Claro que recuerdo los momentos que pasé con él. Los buenos y los malos, y con él vi por primera vez ejemplificado, en qué clase de monstruo se puede llegar a convertir una persona cuando quiere defenderse-atacar.
Recuerdo que allí, con él, empezó todo. La cocina. Y por ende, como final de historia, cabe recordar como punto destacado, achinchetado y con pegamento en mi corchera, aquel día sentado en la cocina. El día que descubrí cual era mi vocación real. Lo único que me hacía despegar de aquel infierno. Lo único que permitía que, aun atada allí, pudiese estar volando lejos... Es que aun puedo verle. Y aun puedo verme a mi cortando aquella cebolla...
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