martes, 18 de agosto de 2015

La tormenta y la gran batalla.

Miré al cielo.
Una enorme luna brillaba en lo alto de unos edificios que, esta noche, parecían muertos. No había ninguna otra luz en la ciudad aparte de Ella.
Un relámpago cruzó el cielo. Furioso, amenazante. Acto seguido, el trueno más grave y largo que oí en mi vida hizo estremecer cada hueso, cada órgano y cada molécula de mi ser.
Había llegado el momento.

Saqué mi bolsa de cuero marrón de debajo de la cama, y metí en ella todo lo que pude encontrar, y además las cosas que supe que necesitaría para mi viaje.
De camino a la puerta cogí la bicicleta, esperando y confiando en que estaría preparada para el camino que nos deparaba. Me até la cadena en la cintura, como tantas otras veces, y cerré la puerta tras de mi.
Mientras me montaba en la bicicleta, comencé a notar las primeras gotas de lluvia congelada cayendo y humedeciendo mi cara.

No había tiempo, podía oir cómo cada vez estaban más cerca. Podía sentirlo.
Mientras pedaleaba con más fuerzas de las que tenía, mi teléfono empezó a vibrar. Era Él.
"-Hola.
-Déjate de formalismos, no hay tiempo. ¿Estas preparado?
-Te espero en el bosque de los Arces."
Supe entonces que para cuando llegase, mis piernas no darían más de sí. La cuesta más grande que jamás vi se imponía ante mí, acuciante. La bicicleta parecía ser empujada por algun tipo de fuerza sobrenatural, y yo nunca había pedaleado tan fuerte.

Otro relámpago y otro trueno. Y sus pasos.
"Estan cada vez más cerca..."
Entonces, vi la señal que indicaba que mi destino, el bosque de los Arces estaba a tan solo unos metros de mi. "El último esfuerzo", pensé.
Al llegar, salté de la bicicleta, dejándola caer en uno de los muchos charcos que llenaban el lugar de espeluznantes reflejos. Los árboles parecían ancianos monstruos que trataban de avisarnos de lo que venía.

Cuando vi a Miguel, despues de tanto tiempo, se me saltaron las lágrimas. En seguida nos fundimos en un abrazo que pareció durar horas. Estaba tan feliz de poder verle, al fin, aunque fuese en una situacion asi.
"-¡Te he echado tanto de menos!
-Y yo a ti.
-Conté los días para volver a verte... ¿Y ahora, qué debemos hacer?
 -Shh, escucha.
-No oigo nada.
-Exacto- Dijo él, como confirmando con su mirada que lo peor estaba apunto de comenzar- Ya están aquí. Seguramente están rodeando el perímetro del bosque, ya no hay salida.
-Estoy tan nerviosa...
-¡Estas temblando!- Para entonces, una lluvia torrencial nos bañaba; estábamos completamente empapados, pero nada importaba ya.- No te preocupes, llevas esperando este día toda tu vida. La pregunta es, ¿estás preparada?
-Lo estoy."

Entonces ocurrió, cinco caballos llegaron trotando al pequeño claro en el que estábamos refugiados, ahogándonos en su halo de odio y desesperación.
Supimos entonces que la gran batalla estaba a punto de comenzar.
Miguel y yo nos miramos, como si con esa mirada nos dijéramos todo. Las espadas que habían sido nuestras compañeras por tanto tiempo, serían cómpices hoy de nuestra victoria o derrota.
Desenfundando en un único aterrador sonido, la plata de la espada reflejó la luz de la luna que, incluso entre las nubes de la infernal tormenta, brillaba y bañaba todo con su luz.

Todo lo que vino después ocurrió tan rápido que apenas puedo recordarlo. Dos jinetes vinieron en mi dirección, y tres en la suya. Nos estaban separando porque sabian que separados rendiríamos menos.
Pero a estas alturas y despues de tanto entrenamiento, nada importaba.

Estuve luchando unos cinco minutos, dudo que fuese más largo que eso, y pude ver cómo tenían a Miguel completamente rodeado. Una distracción que les dió tiempo a los jinetes para clavar una de sus espadas directamente en mi abdómen, dejando tras aquel movimiento, un reguero de sangre que la lluvia no pudo cubrir. Era el final.

Lo que vino después es aun un misterio, y las explicaciones que Miguel daría más adelante... Aun no me las creo.

Ante las atónitas miradas de los tres jinetes que incesántemente trataban de acabar con su vida, Miguel se alzó en el cielo y desplegó las alas más bonitas que jamás he visto y levantó su espada. Un último relámpago iluminó el cielo... Pero este era distinto. Éste fue directo a la espada que sostenía, con un rostro impune, siendo por primera vez la naturaleza la jueza de una batalla que no era justa.
"-Ven, hazte presente, te lo ordeno"
Su voz ni siquiera parecía la misma. Y sus alas... ¿Por qué tenía alas? ¿Estaba soñando?

La luz del relámpago penetró en la espada que Miguel sostenía, y los caballos, asustados, trotaron alejándose de alli, haciendo que sus jinetes cayeran al suelo indefensos. Trataron de luchar en aquella desventaja, pero sin los caballos no eran ni la mitad de valientes.
Una carnicería tuvo lugar ante mis ojos, uno contra cinco, y acabaron todos despedazados.
Mientras lentamente escampaba, la luz que había iluminado la espada de Miguel continuaba bañando el espacio del claro en el que la batalla habia tomado lugar. Creo que usó aquella luz etérea para sanar mi herida.
"-No es tu hora. No te marcharás de mi lado"

Lo siguiente que recuerdo es cómo desperté fresca cual lechuga en mi cama de Mediavía.

Miguel estaba sentado sonriente junto a la cama, mirándome.
"-¡Buenos días dormilona!
-¿Es...estoy viva? ¿Cómo puede ser? La espada... ¿Y tus alas? ¿Lo he soñado?
-¡Dímelo tu!"
Me levanté la camiseta y busqué el lugar en el que la espada penetró mi piel. En aquel lugar había una cicatriz, pero cualquiera habría pensado que llevaba alli años, era casi invisible, como si fuese de una batalla de otra vida.
-¿Cuánto tiempo he dormido?
-Levántate- Agarrándome del brazo me llevó hasta un gran espejo situado en el salón- y mírate.
-¡¿Pero qué?!- No podía creerlo. En mi carne, una cicatriz me recordaba lo que había pasado la noche anterior. Pero en mi reflejo en el espejo, no había nada.
-La cicatriz de tu abdomen es tuya y de nadie más. De tu propia lucha, de tu victoria y de la luz que te curó.
No podría haberles vencido sin tu ayuda, asi es que te estaré eternamente agradecido.
-¡Pero si arriesgaste tu vida para salvarme!
-Tu me salvaste a mi. Solo porque vi que te habían herido, saque toda la rabia y rencor que había en mi, y la utilicé para vencerles.
-Lo único que recuerdo es cómo te alzaste en el cielo con un par de alas doradas llenas de luz y les derrotaste; mientras yo me desangraba en la tierra...
-Ahí es donde que equivocas. La luz que te curó y que me hizo más fuerte fue tu propio poder. Tu "no me vencerás", tu "soy más fuerte que tu" y tu "tu no te llevas lo que es mío".
Yo soy tan solo un reflejo de la fuerza que proyectas, y ayer... Ayer lo demostraste.



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